Edicion 501: Cronología de la salsa
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Eleazar López Contreras
eleazarlopezc9@gmail.com
Eleazar López-Contreras
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La salsa original se cocinó en ese gran melting pot de corrientes que es Nueva York. Esa música, de indiscutibles raíces cubanas, saltó de las calles neoyorquinas a conjuntos y orquestas, las cuales buscaban sonoridades afines con las big bands que se presentaban en el teatro Apolo. De modo que esa música cubana, en tiempos en que todavía se bailaban tangos y pasodobles, o se cantaban rancheras, pasó a ser una viva expresión urbana del devenir de esa muchedumbre latina, principalmente conformada por cubanos, puertorriqueños y dominicanos.
La primera orquesta en buscar un sonido moderno en esa ciudad fue Machito y sus Afrocubans, que fue idea de su cuñado Mario Bauzá, quien encargó arreglos con sonidos gruesos y modernos, para ser interpretados por músicos negros y latinos en la percusión. Pero ya había otras muy buenas, hasta que apareció la orquesta de Noro Morales, que era su competencia. Ya terminando la década de los cuarenta aparecieron numerosas salas de baile que exigían orquestas de ese tipo. Así nacieron muchas otras más, como las de Tito Rodríguez y Tito Puente, que se consolidaron a partir de los cincuenta. Las tres orquestas eran los reyes del Palladium, la famosa sala de baile ubicada en Broadway, donde éstas recibieron un impulso definitivo con la aparición del mambo, que fue lo que les permitió a estas orquestas fundir lo cubano con el jazz, pero esto hecho a través de ese ritmo, con sus acentuadas connotaciones del swing, y no a través de otros estilos cubanos como el son y la guajira, que eran tocadas como en Cuba. De ese modo los valores tradicionales del medio musical de los latinos en la ciudad saltaron a un formato más moderno y, por supuesto, universal, lo cual estaba más acorde con la musicalidad de las grandes bandas del swing.
Esa música de “avanzada”, o música al estilo del Palladium, como la llamaba Tito Puente, tomó vuelo en Caracas de manos del pastoreño Phidias Danilo Escalona, cuyo tema en su programa La hora de la salsa, el sabor y el bembé, era Mama güela, un mambo de Tito Rodríguez, que era su orquesta preferida y cuyos discos (sello Tico) radiaba con inusitado entusiasmo. En Venezuela Gráfica, y a través de muchos escritos de contraportada para discos de ese tipo (distribuidos, principalmente, por El Palacio de la Música), a fin de etiquetar ese estilo neoyorquino, se extrapoló la palabra “salsa” del nombre del programa de Phidias para llamarla así. Posteriormente, Phidias abandonó Radiodifusora Venezuela, que era donde tenía su programa y Pablo Guzmán, director de la emisora, le cambió el nombre al programa que pasó a llamarse, simple y llanamente, La hora de la salsa, con Floro Manco en el micrófono, quien ahora hacía hincapié en los discos de Tito Puente (siendo el tema del programa un mambo tocado por esa orquesta). Para contrarrestarlo, Phidias lanzó, desde La Voz de la Patria, La verdadera hora de la salsa.
Phidias había llamado su programa con el más largo (y estrambótico) nombre de La hora de la salsa, el sabor y el bembé, porque el programa de radiaba al mediodía; por tanto, la palabra “salsa” se refería a la comida; “sabor”, al sabor de la música y “bembé” al tipo de música que, por supuesto, no era corriente pues a lo que el público venezolano estaba acostumbrado era al sencillo ritmo de la Billo’s Caracas Boys y orquestas similares. (La música de bembé era ajena al oído criollo y solo la escuchó nombrar cuando Pedro J. Díaz grabó Cayetano baila bembé). Como Phidias estaba “en algo”, según se decía entonces de quien buscaba música más allá de la común y corriente, se encantó cuando aparecieron los discos de Ricardo Ray, a quien le dijo que su música estaba “en la salsa”. Entonces ya la palabra circulaba hasta para describir a la música de Ray Barretto y del Sexteto de Joe Cuba, el cual Phidias promovió con El ratónde Cheo Feliciano. Ahora la música era otra y se alejaba del sonido de las big bands, hasta que, simultáneamente, apareció en escena el Conjunto La Perfecta de Eddie Palmieri, cuyos potentes (dos) trombones definieron el sonido de la salsa en ese entonces. (Los trombones, en lugar de trompetas, ya los había usado Mon Rivera para grabar algunos mambos y sus trabalingüísticas plenas que luego recogieron Los Melódicos, como fue el caso de Gente averigüá).
En los años cuarenta Caracas había disfrutado de la música de muchas orquestas extranjeras, como la Sonora Matancera, conjunto de corte tradicional, desarrollado de los viejos sextetos cubanos, y la salvadoreña Internacional Polío y la neoyorquina de Machito, que trajeron nuevas sonoridades. Machito tocó muchas veces en el viejo Club Casablanca (antes Club Royal y, ahora, Hermandad Gallega); pero fue a partir de los años cincuenta cuando comenzó la importación, en grande, de otras orquestas para los carnavales, lo cual tuvo su apogeo a partir de los sesenta. Mientras que Tito Rodríguez y Tito Puente se presentaban en el Hotel Ávila (“en el Ávila sigue la cosa” en 1964) y en el Tamanaco (en 1963, en el Tamanaco y en el Sheraton, respectivamente), Machito se limitaba a acomodarse en los reducidos espacios de El Duende de Jorge Beltrán, donde su música hacía explotar al local ubicado en el edificio del Cine Altamira. (Beltrán era el ex director y propietario de la Orquesta Los Peniques, que acompañaba a los artistas en el Show de las Doce de Víctor Saume).
Para no dejar dudas de que la música llamada “salsa” tuvo su origen en aquella cultivada en Nueva York por las grandes bandas del Palladium (y otras, en salas como El Caborrojeño, hotel Taft, etc.), debemos recordar que Phidias se impactó con la música de esas orquestas cuando visitó Nueva York en 1961. En ese año, cuando visitó la ciudad para ver una pelea de boxeo (entre Paulo Rossi y Carlos “Morocho” Hernández), aprovechó para darse una pasadita por el Palladium, donde conoció a Tito Rodríguez. En 1962 tenía un programa al mediodía en Radiodifusora Venezuela, llamado La fiesta brava de Cipreses (la esquina donde estaba ubicada la emisora). Después que ese programa salió del aire (inesperadamente) y de Phidias trabajar en varios otros, se le ocurrió hacer uno con la “nueva música”.
Lo que le faltaba era el nombre y, de allí, la estrafalaria denominación del programa. (Se dice que Phidias se inspiró en el comercial de Pampero de “Pásame la salsa” (ideado para competir con el Ketchup Heinz), pero recordemos que esa cuña todavía no había salido al aire, lo cual ocurrió mucho después, en años cercanos a finales de los sesenta o comienzos de los setenta). En todo caso, la palabra “salsa” tomó vuelo, inicialmente para describir esa “nueva música” escuchada por Phidias en el Palladium y, para 1966, apareció el álbum Llegó la salsa, seguido de Salsa y sabor y Más salsa, de Federico y su Combo, así llamados en El Palacio de la Música para etiquetar la música de Federico Betancourt quien, más o menos, seguía los pasos trazados por Mon Rivera pero sin su potencia (ni la de Eddie Palmieri). En 1967, en el álbum 12 de la Colección Caracas 400 Años, se definía a la música de la ciudad con dos tendencias: el Este (surf) vs el Oeste (salsa).
En cuanto al mundo, la palabra salsa la terminó de definir la Fania All Stars en los setenta, pero ya su música no era nada nuevo, pues partía de la música básicamente cultivada en el Palladium, sólo que ahora, con pesadas orquestaciones, pero a las que el público les tomó el gusto. De modo que esa “salsa” provino de esas orquestas de los cincuenta-sesenta, pasó por los conjuntos de los sesenta y la redefinió la Fania en los setenta, y fue Phidias que la escuchó en 1961, mientras el autor, que entonces estudiaba en Nueva York, la conoció, así como a sus ejecutantes, en los años cincuenta. Pero fue Izzy Sanabria quien, para etiquetar de algún modo la música latino-neoyorquina que iba a ser objeto de unos premios determinados, por no hallar otro, la llamó “salsa”. Pero eso fue en los setenta. No obstante, cualquier música tropical de hoy día es llamada con ese nombre…