Biografía de Víctor Morillo
Víctor José Morillo "El Tricolor de Venezuela"
Nació en la Caracas de los techos rojos el 26 de agosto de 1932, oficialmente como artista debutó en 1953 en el Club del Ministerio del Trabajo en los jueves culturales, se inició en el teatro por el Pasaje San José de la Parroquia San Juan en Caracas, grabó por primera vez en 1954 versos del folclore que se agotaron rápidamente en aquellos tiempos (simultaneo al programa estelar radiofónico “Brindis por Venezuela”), en este programa desfilaron en vivo grandes leyendas venezolanas como: Juan Vicente Torrealba (a la izquierda), El Indio Figueredo, Simón Díaz (en la gráfica derecha junto a Victor Morillo y el cantante boricua Chucho Avellanet), Mario Suárez, Adilia Castillo,. El Carrao de Palmarito, Eneas Perdomo, Perucho Conde, Magdalena Sánchez y otros tantos que llenarían una larga lista.
Con su madre Cristina Morillo |
Su sangre guajira |
Como gremialista ha realizado grandes logros al quehacer musical venezolano, dirigió y creó gremios de folkloristas venezolanos, directivo del sindicato de radio televisión, distintas organizaciones en la rama de artistas, logros tangibles como La Casa del Artista, el decreto del 1X1 que da importancia a la identidad nacional y actualmente miembro de la directiva de la Sacven (Sociedad de Autores y Compositores de Venezuela). Víctor Morillo también ha sido un creador y se le recuerda muy especialmente en el repertorio musical venezolano por su obra “El Brujo” junto al maestro Billo´s (gráfica izquierda): “Por ti, por tu casa, por lo que esperas...fuera satanás yo digo lo que veo...” su participación en el conocido relato llanero El Silbón: “No vayas para la fiesta, te dijeron Juan Hilario que en tierras de Portuguesa va un espanto desandando...” entre otras grandes grabaciones que se le conocen a El Tricolor de Venezuela con una trayectoria de 55 años de vida artística es y será siempre el gran declamador que haya parido Venezuela.
(Datos de la autobiografía y testimonios de Víctor Morillo, El Tricolor de Venezuela 50 años de entrega espiritual a su pueblo – 2003)
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Los inicios de Víctor Morillo en la declamación
Con frecuencia mis amigos, mis “hermanos”, suelen preguntarse cómo y por qué me inicié en la declamación. Todo ocurrió de la manera más sencilla. En cierta oportunidad en el Retablo de Maravillas se hizo una reunión de evaluación artística. Para ese momento yo cantaba, hacia danza y tocaba instrumentos de percusión. La verdad es que hasta entonces no había mostrado mayor inclinación o interés especial hacia la poesía o la declamación. Pero ocurrió que fue montada una estampa titulada “Fiesta en Barlovento”, con música del Maestro José Reyna, en cuya parte central se insertaba un poema del doctor Manuel Rodríguez Cárdenas, titulado “Habladurías” cuya interpretación me fue asignada. Lo hice muchas veces y, al parecer gustó mi forma de recitar.
El doctor Rodríguez Cárdenas, siempre apasionado y siempre amante de la perfección, comenzó a motivarme hacia la poesía, a lo que se unió el eminente profesor Allas, esposo de la profesora Cecilia López, a quienes debemos tanto los artistas populares venezolanos. El profesor Allas, un “verdugo para las cosas buenas”, me encauzó pedagógicamente. Viví muchas horas de duros ensayos, de aprendizaje, de reconvenciones. De protestas silenciosas de mi parte, porque como una regla inviolable en el Retablo de Maravillas no se admitía quejas ni negativas de parte de los aspirantes a participar como artistas en cualquiera de las especialidades. Allí las cosas se hacían bien o mejor…y punto. Cero complacencias. Cero favoritismo. Cero impertinencias. Nada de “vedetismo”. Calidad y sólo calidad, eran el lema y la meta. Ahora, a tantos años de aquellos momentos de mi vida, valoro en toda su magnitud cuanto me ayudaron los consejos y las clases recibidas de Luis Peraza “Pepe Pito”, bajo cuya dirección llegué a participar en la obra teatral “La ardiente oscuridad” de César Vallejo.
Una vez dedicado en firme a la declamación, progresivamente me fui apasionando por ella. Procuré aprender y mejorar hasta mi feliz encuentro con el fenómeno cubano Luis Carbonell “El Acuarelista de la Poesía Antillana” (foto de la derecha), quien visitó a Venezuela a comienzos de la década de los años cincuenta. Su presencia y su magia artística representaron para mi una enorme inyección espiritual, la llamada que mi alma esperaba, la posibilidad de dar libertad al mundo de sueños que se agitaba en mi interior, de liberación de los que sentía al interpretar los versos, de consolidación de lo que ya había sembrado en mi sensibilidad el incomparable Balbino Blanco Sánchez, nuestro monumental declamador desaparecido, quien en mi modestia opinión fue y sigue siendo el más valioso declamador producido por esta tierra en todos los tiempos, a cuyo lado debuté oficialmente, en un recital completo, presentado por Víctor Alberto Grillart para los jueves culturales del club del Ministerio del Trabajo en 1.953, lo que dio inicio a una relación fraternal que sólo interrumpió la muerte. Sobre el escenario, como los gallos buenos, nos dimos siempre con las espuelas al máximo, pero en la vida de todos los días nos quisimos y respetamos con gran intensidad y pureza, porque nos tocó sufrir las mismas privaciones, las mismas incomprensiones, las mismas negaciones e incluso, la misma pobreza material y falta de oportunidades.
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Los inicios de Víctor Morillo en la declamación
Con frecuencia mis amigos, mis “hermanos”, suelen preguntarse cómo y por qué me inicié en la declamación. Todo ocurrió de la manera más sencilla. En cierta oportunidad en el Retablo de Maravillas se hizo una reunión de evaluación artística. Para ese momento yo cantaba, hacia danza y tocaba instrumentos de percusión. La verdad es que hasta entonces no había mostrado mayor inclinación o interés especial hacia la poesía o la declamación. Pero ocurrió que fue montada una estampa titulada “Fiesta en Barlovento”, con música del Maestro José Reyna, en cuya parte central se insertaba un poema del doctor Manuel Rodríguez Cárdenas, titulado “Habladurías” cuya interpretación me fue asignada. Lo hice muchas veces y, al parecer gustó mi forma de recitar.
El doctor Rodríguez Cárdenas, siempre apasionado y siempre amante de la perfección, comenzó a motivarme hacia la poesía, a lo que se unió el eminente profesor Allas, esposo de la profesora Cecilia López, a quienes debemos tanto los artistas populares venezolanos. El profesor Allas, un “verdugo para las cosas buenas”, me encauzó pedagógicamente. Viví muchas horas de duros ensayos, de aprendizaje, de reconvenciones. De protestas silenciosas de mi parte, porque como una regla inviolable en el Retablo de Maravillas no se admitía quejas ni negativas de parte de los aspirantes a participar como artistas en cualquiera de las especialidades. Allí las cosas se hacían bien o mejor…y punto. Cero complacencias. Cero favoritismo. Cero impertinencias. Nada de “vedetismo”. Calidad y sólo calidad, eran el lema y la meta. Ahora, a tantos años de aquellos momentos de mi vida, valoro en toda su magnitud cuanto me ayudaron los consejos y las clases recibidas de Luis Peraza “Pepe Pito”, bajo cuya dirección llegué a participar en la obra teatral “La ardiente oscuridad” de César Vallejo.
Una vez dedicado en firme a la declamación, progresivamente me fui apasionando por ella. Procuré aprender y mejorar hasta mi feliz encuentro con el fenómeno cubano Luis Carbonell “El Acuarelista de la Poesía Antillana” (foto de la derecha), quien visitó a Venezuela a comienzos de la década de los años cincuenta. Su presencia y su magia artística representaron para mi una enorme inyección espiritual, la llamada que mi alma esperaba, la posibilidad de dar libertad al mundo de sueños que se agitaba en mi interior, de liberación de los que sentía al interpretar los versos, de consolidación de lo que ya había sembrado en mi sensibilidad el incomparable Balbino Blanco Sánchez, nuestro monumental declamador desaparecido, quien en mi modestia opinión fue y sigue siendo el más valioso declamador producido por esta tierra en todos los tiempos, a cuyo lado debuté oficialmente, en un recital completo, presentado por Víctor Alberto Grillart para los jueves culturales del club del Ministerio del Trabajo en 1.953, lo que dio inicio a una relación fraternal que sólo interrumpió la muerte. Sobre el escenario, como los gallos buenos, nos dimos siempre con las espuelas al máximo, pero en la vida de todos los días nos quisimos y respetamos con gran intensidad y pureza, porque nos tocó sufrir las mismas privaciones, las mismas incomprensiones, las mismas negaciones e incluso, la misma pobreza material y falta de oportunidades.
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